Las
historias reales de amor son las más difíciles de relatar, ya que recae sobre
el escritor la responsabilidad de transmitir fielmente los hechos desde un
punto de vista subjetivo, de dibujar los escenarios a través de las palabras y
las emociones de quienes fueron testigos de aquel amor. La preocupación por no
traicionar la memoria de ese recuerdo puede ser una pesada carga, mayor aún cuando
se trata de dos personas que ya no están entre nosotros.
Hoy
quiero presentaros la historia de R & R, que me habría sido imposible
contar sin el testimonio de una de las hermanas de la novia, hacia quien siento
un gran cariño. Además, ha sido un verdadero lujo poder contar con algunas fotografías de la pareja el día de su boda.
Su amor
comenzó en el año 60 y perduró hasta el fin de sus días. Ella llevaba unos
meses trabajando como sirvienta en casa de una familia de buena posición y él
era vendedor de calzado. Se conocieron gracias a una amiga común con vocación
de casamentera. Salían siempre en compañía de otros amigos o de algunos
familiares, ya que antes no estaba bien visto que una pareja soltera saliera sola.
Su
noviazgo no fue muy largo. Apenas dos años después de empezar a enamorar, él le
pidió matrimonio. Cuando fijaron la fecha del enlace, dedicaron unas dos o tres
semanas a visitar a sus familiares y amigos más queridos para darles la buena
nueva.
Desde
ese momento, todos nos volcamos para ayudarles con los preparativos. No éramos
ricos, pero hicimos todo lo que pudimos para que disfrutaran de ese día
especial. El vestido de la novia y los de las damitas los confeccioné yo; mi
madre y los padres del novio reunieron algún dinero para pagar al sacerdote, las flores de la iglesia y la bebida de la fiesta; y entre mi marido y unos amigos movieron todos los
muebles de la casa para que hubiera suficiente espacio para montar las mesas.
Lo que
mejor recuerdo de ese día fue lo bien que nos lo pasamos. A la madrina se le
hizo tarde y, mientras caminaba hacia el altar, el ruido de los tacones
resonaba en toda la iglesia. No sabría decirte quién se ruborizó más en ese
momento, ella o mi hermana.
En esa época
casi nadie tenía coche, así que después de tirarles el arroz, un taxi les llevó
al convite. Una de las cosas por las que doy gracias es por la maña de quienes
llevaron la tarta, porque tenía varios pisos y tuvieron que recorrer unos 500
metros a pie desde la pastelería hasta mi casa. Fue toda una hazaña. Incluso hubo gente que les aplaudía al verlos pasar.
Acudieron unas 30 ó 40 personas a la fiesta. Los invitados trajeron aperitivos y dulces,
y pasamos un rato muy divertido. Es una pena que no se vea en las fotografías, pero por aquel entonces la tarta se solía acompañar de crocanti. Lo hacían con una forma muy bonita, pero he de reconocer que era muy duro para mi gusto.
Al terminar el banquete, las pequeñas de la familia les llevaron algunos trozos de tarta y dulces a los vecinos. Les encantaba ir puerta por puerta con las bandejas. Siempre han sido guapas, pero ese día lo estaban aún más.
Al terminar el banquete, las pequeñas de la familia les llevaron algunos trozos de tarta y dulces a los vecinos. Les encantaba ir puerta por puerta con las bandejas. Siempre han sido guapas, pero ese día lo estaban aún más.
A
partir de ese día, vivieron juntos y felices. Nunca les vi un mal gesto hacia el otro, ni una palabra alta. Y siento que el amor se tenían aún vive a través de sus hijos.
Este post participa en el Especial Años 60 de Mi Boda
Rocks, una revista de novias diferente. Aquí os dejo el último número de la revista, en el que se anuncia el especial. Ahora sólo queda
cruzar los dedos y esperar que les guste a las editoras de la revista.
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